Este texto, del compañero Axel Osorio, nace de la discusión fraterna entre compañeros ante la necesaria reflexión de los antiautoritarios, en torno a las ideas y prácticas que emanan de la lucha contra el poder. Llamamos a romper el aislamiento y propagar la solidaridad entre lxs que luchan a ambos lados del muro carcelario. Para el compañero es importante que sus reflexiones sean leídas, divulgadas, y discutidas, pues cuando la lucha es individual y colectiva, la retroalimentación continua con nuestros compañeros preso se vuelve un arma fundamental al momento de plantearnos en lucha contra todo tipo de autoridad.
Comunicado:
¿Cómo declararse antisocial sin perderse en el intento? O más bien, ¿Cómo relatar coherentemente un tema que toca y revuelve las entrañas, que es casi espiritual, que despierta emociones salvajes, destructivas, que porta una negatividad que es producto del sentido común, de prejuicios, valores e ideologías que atrapan en malentendidos, que insinúa deserciones, escapes, silencios, atomizaciones: que considera tan sólo al individuo y sus cercanos, aceptando desiertas las expectativas (sin mucho cuestionamiento) de integrar a la comunidad a la lucha?. Las palabras reflejan una visión de mundo, es decir, detallan valores y nociones acerca de la realidad que frecuentemente incluyen prejuicios, reprobaciones, calificaciones o descalificaciones. Conceptuar lo anti-social, por lo tanto, tiende trampas que sobrepasan aquel reflejo, pues lleva el peso de la disidencia, de lo prohibido, contrario, nocivo, divergente, indecente, dañino y perjudicial. Apartarse de esta negatividad aparentemente indesprendible; despegar de lo literalmente aceptable; alejarse de la retórica oficial para dar nuevas valorizaciones a una forma de comprensión elemental a ese “algo” que afecta a nuestra percepción, es por sí un análisis-sentencia que se basa en una agudeza que cuesta verbalizar. Pero sigamos… Yo, individuo, me declaro antisocial porque de algún modo considero a esta sociedad de la mercancía, capitalista, arrogante de sus logros, militarizada, arrasadora, prepotente e idiotizada totalmente perdida. Soy parte de un colectivo subterráneo, transgresor, de identidades subjetivamente concientes de su entorno y del ser humano, que actúa como burbuja entre las llamas. Cohabitamos un contexto hostil que representa el efecto tangible de un sistema que es por sí “vida”, donde “el capital es vida”. Un contexto que desvió diametralmente la dirección de los antiguos postulados de libertad e igualdad para aparecer entre el pantano del consumismo y una vida de trabajo o la vida convertida enteramente en trabajo; donde existe una enorme masa que ya no combate contra el capital sino contra el hecho de que el capital ni siquiera se interese en ellos; o donde lo que los hace sufrir no es la probada explotación capitalista de su trabajo productivo sino la total ausencia de esta explotación. Masa, transformada en sociedad y formateada por los flujos de un capital que es bombardeado incesantemente por signos clichés, reproducidos en bases y cúpulas, elevado a dogma y valores para construir subjetividades que hacen del trabajo esclavo y del irrefrenable consumo una forma de vida. Lo peor es que esa vida se defiende argumentada en el discurso dominante con la verborrea (que es el triunfo) de un pensamiento único inoculado diariamente: informaciones, conocimientos, imágenes que direccionan los gustos, las conductas, opiniones, sueños y deseos; formas de ver, de sentir, pensar, percibir, habitar y vestir. No obstante señalarlos como enemigos me parece una exageración basada en reflexiones algo miopes y básicas, carentes de elementos objetivos y de lecturas claras del desarrollo de la ambición humana, de los procesos d acumulación capitalista y la propiedad en la historia. Más me vale la precaución ante esta masa de supervivientes que gozan ese doble juego de víctimas o victimarios sin capacidad aparente de discernabilidad. Esta búsqueda de la positividad de lo a-social, antisocial (contrario al orden social) parte por resolver la dicotomía misma de la conceptualización de la sociedad. Por una parte existe esa sociedad que forma, construye e internaliza el capital: esa de las luces, los estímulos, la que se forma por las relaciones de producción-explotación-consumo, la de Russeau y el contrato social, la determinada, resuelta, decidida, clasificada, y sentenciada por los aparatos ideológicos del estado (escuela, familia, medios de comunicación, religiosos, jurídicos, políticos, culturales) y educada por el contenido cultural de la mercancía. Por otra parte, está esa sociedad que habita los mismos espacios, pero que reacciona contra la exclusión y que se organiza ante múltiples objetivos, que van desde reivindicaciones básicas (económicas, medio ambientales, de educación, salud, vivienda etcétera) hasta la construcción de micro-asociatividades democráticas que son, al fin y al cabo, la sociedad civil organizándose participativamente (comunal, vecinal, partidos políticos, centros culturales, sindicales). Ambas sociedades se integran y se funden cuando el capital las asimila. Con la primera funciona naturalmente. Con la segunda pulimenta su perfección para evitar los conflictos que entorpecen los márgenes de ganancia. Con la primera, actúa inflexiblemente pues convoca por instinto su estado de derecho. Con la segunda, se flexibiliza a fin de solucionar berrinches colectivos para luego reducir la participación política conciente a un mínimo casi intrascendente depositando a millones en la esfera privada y familiar, sembrando la indiferencia, la incultura política, el conformismo y la marginalidad. Ambas sociedades una silenciosa maleable, controlada, sumisa, idiotizada, consumidora, obtusa, voluntaria e incuestionablemente ignorante, disciplinada y asociada al poder dominante; la otra, idealista, inconforme, apegada a la legalidad la mayor de las veces (y cuando no sufre constantes tragedias), esperanzadora, luchadora, que actúa en comunidad y que cuenta en sus filas con elementos concientes y fraternales, pero que sin embargo por su alma reformadora eterniza y le da valor , consistencia, perdurabilidad al modelo y que templan los metales que aseguran su estructura. Luego, considerarse luchador social (en mi particular forma de ver) lleva el estigma reconciliador de clases, humanista, básicamente inclusivo y que no quiere tomarse el trabajo de vivir porque prefiere simplemente existir. Existir , por tanto, es luchar como reivindicador (no como vindicador). Resolver dificultades (como fin de existir) hace nacer miles de problemas en lugar del primero. Su resultado: el mantenimiento mecánico y absurdo de esta sociedad. Pero no todo está perdido en esta sociedad de los reivindicadores pues la agudización de los conflictos y esa insoportable indulgencia (que no es más que la tolerancia al sufrimiento contínuo) en la postergación de los reales sueños de aquellos excluidos, tarde o temprano radicalizarán las subjetividades y se perderán esas paciencias ante esta (otra) sociedad obscenamente asimétrica toda vez que fabrica intensamente riquezas y miserias. Colectivamente, la capacidad de liar estas subjetividades que escapan, que se transforman, que cuestionan firmemente sus dogmas, que se alegan y que caen en adjetivizaciones infames de parte del poder, es parte de las estrategias urgentes que teníamos como tarea de ayer. Pero, ¿dónde están esos emprendedores capaces de articular la unión de los elementos comunes, afines, vitales, económicos y divergentes?. ¿Son quizás los que frente a la dominación expresan insubordinación?. Tal parece que, dialécticamente, la anti-sociabilidad se organiza entre anti-sociales: entre individuos desconectados del virtual bienestar de una sociedad de prisiones a cielo abierto. Freten al poder está la potencia de pequeñas rebeldías capaces de evitar la secularización (la permanencia por siglos) del capitalismo ya que la universalidad del capital, y con la permeabilidad de los cuerpos ante este nuevo imperio del consumo-producción-circulación es bastante complejo y excluyente para desarrollar en el proceso (con esa fuerza centrífuga tan propia) una inmensa fractura que es de esperar sea inhabilitante. Apelando a la resistencia, no quiero ser deglutido, digerido, tragado ni por A ni por B sociedades. Ni zombie ni reivindicador. Busco a mis afinidades para no verme tras la impotencia de conformarme, sin euforia, sin salvajismos, sin ganas de vivir. Por lo tanto, mi conclusión es sencilla: la solución más simple y evidente nace espontáneamente: destruir esta sociedad caracterizándonos de antisociales, inempleables, de “malditos criminales”. Es decir: inadaptados y violentos ante todo.
AXEL OSORIO CÁRCEL DE ALTA SEGURIDAD
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