Los muertos no hablan. Investidos por la belleza de la muerte, se han llevado consigo todos los secretos que ninguna primavera y sus retoños podrán revelarnos. Tierra henchida de revelaciones que no han podido hacerse, de apologías sofocadas, de memorandos, de excepciones declinatorias, de procedimientos, de interpretaciones de los hechos que se han depositado alrededor de los huesos enfriados, como la sal.
Los muertos no saben cómo se hace la Historia. La riegan con su sangre y nunca se enteran de lo que sigue a su muerte. No conocen su sacrificio y esta ignorancia los embellece aun más. Los primeros cristianos sabían por qué se sacrificaban. Iban al martirio con conocimiento de causa. ¿Pero cómo pretender hoy que alguien quiera sacrificarse cuando sólo se cree en el buen sentido, en el buen sentido más simple? ?Quién ha pretendido jamás que la injusticia deba hacer buenas migas con la justicia, la pobreza con la riqueza, la paz con la guerra? Y aunque nadie se haya arriesgado jamás a ello, muchos son los que, día a día, con sus actos y sus palabras parecen sostenerlo.
Vassilis Vassilikos, “Z”.
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